• CONSTRUYENDO UN FUTURO DE LIBERTAD

La voz que no será silenciada: jóvenes cubanos frente al silencio del Estado

The voice that will not be silenced: young Cubans facing state silence

La noche estaba demasiado silenciosa para La Habana. La ciudad suele zumbar — incluso en su silencio — con la estática de radios viejos y el eco de mil vidas apretadas bajo un mismo cielo. Pero esa noche, el aire mismo parecía vigilado, como si el sonido pudiera traicionarnos.
Recuerdo el brillo de la pantalla del teléfono sobre mi rostro — la única luz en la habitación. La barra de señal titiló, luego desapareció. Otra vez.
En algún lugar, más allá de las paredes agrietadas y los afiches desteñidos de la revolución, alguien había decidido que ya habíamos dicho demasiado.

Durante meses, había estado publicando bocetos en línea — rostros dibujados de memoria, personas que habían desaparecido. Mi arte no era político, no en la forma en que ellos decían. Solo dibujaba lo que veía: ojos que antes miraban hacia arriba y ahora miraban al suelo; manos que habían alcanzado un futuro que nunca llegó. Publiqué uno de esos dibujos a medianoche. Al amanecer, la publicación había desaparecido, mi cuenta estaba bloqueada, y dos hombres se quedaron frente a mi puerta fingiendo no mirar.

Mi madre me dijo que borrara todo. “El arte puede esperar”, susurró. “La libertad no te da de comer.”
Pero ni siquiera ella se lo creía ya.

Al principio, susurrábamos. En los cafés, en las paradas de bus, en los pasillos de la universidad. Luego, cuando llegó el internet — lento, frágil, caro — pensamos que el susurro se volvería voz. Creímos en los pixeles como si fueran oraciones.
Y quizá lo eran. Por un tiempo.

Cuando volví a publicar, fue desde la cuenta de un amigo, bajo un nombre falso, a través de una VPN que respiraba como un pulmón viejo y cansado. Recuerdo el primer mensaje que llegó: “Te escuchamos.” Solo tres palabras. Desde algún lugar lejano. Tal vez Miami. Tal vez Madrid. No importaba. Alguien escuchó.
Y eso bastó para que pudiera seguir respirando.

Todo artista aquí carga dos cuadernos de dibujo. Uno para los oficiales, otro para la verdad. El mío estaba lleno de cuerpos en movimiento — gente corriendo pero nunca llegando, manos aferradas a barrotes invisibles, rostros iluminados por la luz azul de las pantallas. El gobierno nos llamaba soñadores. Subversivos. Enemigos de la estabilidad.
Pero en realidad, éramos testigos.

El silencio aquí no está vacío. Está diseñado. Zumba en la frecuencia del miedo, tejido entre los cables, las transmisiones, los eslóganes pintados en paredes descascaradas. Vive en cada frase que se detiene a mitad, en cada mirada intercambiada antes de pronunciar un nombre.

Cuando mi amiga Daniela fue arrestada, dijeron que era por alterar el orden público. Su alteración fue un poema — uno corto, escrito con tiza en un puente. Decía: “El mañana necesitará testigos.”
Se aseguraron de que ella no viera ese mañana.

Hay algo extraño en la censura: le da más poder a la memoria que a la voz. Cuando borran una palabra, hace más ruido. Cuando silencian una canción, la melodía se mete en tu cabeza y se niega a irse.
Así que aprendí a pintar el silencio — a convertirlo en algo visible.

El último mural que terminé estaba en un muro abandonado cerca del Vedado. Nadie me había dado permiso, por supuesto. Era el retrato de una niña soplando en un micrófono roto. A su alrededor, el aire se retorcía como humo — azul, rojo, dorado. El guardia nocturno no dijo nada mientras yo pintaba. Cuando regresé dos días después, estaba cubierto de gris.
Pero desde ciertos ángulos, bajo la luz adecuada, todavía se veían sus labios, congelados en medio del aliento.

A veces pienso que la represión no se trata de controlar. Se trata de cansarte — de hacerte tan agotado de intentar que el silencio se vuelva refugio. Pero en ese silencio, también encontré algo más: desafío. Cada imagen borrada, cada publicación eliminada, cada palabra censurada se convierte en un acto de fe. Prueba de que la verdad existió, aunque fuera por un momento.

La última vez que subí un video, solo duró cinco segundos. Una vela en un alféizar. Sin subtítulos, sin mensaje. Solo una llama temblando contra la noche. Se volvió viral antes de que lo bajaran.
La gente me envió fotos de velas encendidas en sus casas, sus rostros ocultos, sus manos temblorosas pero firmes.

Nos convertimos en una red de pequeñas luces — cada una frágil, pero juntas, imposibles de apagar.

Pueden borrar la publicación, bloquear la cuenta, cortar el Wi-Fi.
Pero no pueden silenciar lo que ya imaginamos.
La revolución que más temen es la que vive dentro de nuestras mentes.

Todavía vivo aquí. Todavía dibujo. Todavía publico, a veces bajo nombres que no son míos, a veces en lugares que aún no han encontrado. La señal sigue titilando. El miedo sigue respirando.
Pero nosotros también.

Porque la voz no desaparece. Solo cambia de forma — de palabra a imagen, de sonido a silencio, de una generación a la siguiente.
Está allí, en cada muro repintado, en cada línea rehecha, en cada vela que se niega a apagarse.

La libertad no siempre ruge. A veces susurra.
Y a veces, un susurro basta para despertar a una nación.

Borrado pero no olvidado: el arte como resistencia contra el olvido.

One thought on “The voice that will not be silenced: young Cubans facing state silence”

  1. admin dice:

    Good theme !

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